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este tipo del mono del ejército se me acercó y me dijo, "ahora ha pasado lo de Kennedy, tendrás algo de qué escribir". se dice escritor, ¿por qué no escribe él  sobre ese asunto? siempre tengo que recoger sus mierdas y metérselas en un saquito literario. creo que ya tenemos bastantes especialistas en el caso... ésta es la década de eso: la Década de los Especialistas y la Década de los Asesinos, y ninguno de ellos vale un cerote de perro cristalizado. el principal problema de una cosa como el último asesinato es que no sólo perdemos a un hombre de cierto mérito, sino que perdemos también beneficios políticos, espirituales y sociales, y esas cosas existen , auqneu parezcan tan altisonantes. lo que quiero decir es que en una crisis de asesinato las fuerzas reaccionarias y antihumanas tiendne a solidificar sus prejuicios y a utilizar todas las brechas como medios de echar a la Libertad natural del jodido taburete del final de la barra. no quiero presumir demasiado de estar ac
"No puedo seguir viviendo conmigo mismo". Este era el pensamiento que se repetía continuamente en mi mente. Entonces súbitamente me hice consciente de cuán peculiar era ese pensamiento. "¿Soy uno o dos? Si no puedo vivir conmigo mismo, debe haber dos: el "yo" y el "mí mismo" con el que "yo" no puedo vivir vivir". "Quizá", pensé, "sólo uno de los dos es real". ----- Así pues, cuando usted escucha un pensamiento, usted es consciente no sólo del pensamiento, sino de usted mismo como testigo de él. Ha aparecido una nueva dimensión de conciencia. Mientras oye al pensamiento usted siente una presencia consciente -su ser más profundo- más allá o debajo del pensamiento, como quien dice. El pensamiento entonces pierde su poder sobre usted y rápidamente se calma porque usted ya no le da energía a la mente por medio de la identificación con ella. Este es el comienzo del fin del pensamiento involuntario y compulsivo. ----
Había sido un día muy largo. Puse los pies sobre el escritorio, me eché para atrás en el sillón y cerré los ojos. Enseguida me quedé dormido. En el sueño yo estaba sentado en un barucho. Estaba bebiendo un whisky doble con soda. Estaba solo en el bar, a excepción del camarero, que parecía un hombre bastante confuso. Estaba sentado en el otro extremo de la barra leyendo The National Enquirer. Entonces entró un tipo realmente mierdoso y con aspecto de crápula. Necesitaba un buen afeitado, necesitaba un corte de pelo, necesitaba un baño. Iba vestido con un sucio impermeable amarillo que le llegaba hasta la parte superior de los zapatos. Bajo el impermeable se podía ver una camiseta blanca y una corbata naranja descolorida. Vino hacia mí como un viento apestoso. Se sentó en el taburete que había a mi lado. Yo di un sorbo a mi copa. El camarero miró. Nuestras miradas se encontraron. – Estoy hambriento –dijo el camarero–. Estoy tan hambriento que me comería un caballo. – Me gustarí
No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida.  ¡Maldita sea!
estábamos sentados en la oficina después de otro de aquellos partidos de siete a uno, y la temporada iba mediada ya y estábamos en cola, a veinticinco partidos del primero y yo sabía que era mi última temporada como entrenador de los Blues. nuestro primer hitter  había bateado. 234 y nuestro primer meta base se anotaba seis. nuestro primer pitcher andaba entre siete y diez con una media de 3.95. el viejo Henderson sacó la botella del cajón de la mesa y bebió su trago. luego me la pasó.  - y para colmo - dijo Henderson - enganché ladillas hace dos semanas. - vaya, jefe, lo siento. - no me llamarás jefe mucho más. - lo sé. pero no hay entrenador de béisbol que pueda sacar a esos  borrachos del último puesto - dije yo, atizándome un buen trago. - y lo peor - dijo Henderson -, es que creo que fue mi mujer quien me las pegó. yo no sabía si reírme o qué, así que no hice nada. y entonces hubo una delicadísima llamada en la puerta de la oficina y luego se abrió. y allí apareció ante n
bueno, la cosa es que no había nada que beber y yo estuve horas allí sentado, volviéndome loco. estaba muy nervioso, carcomido, hasta los huevos, sentado allí con cuatrocientos cincuenta dólares de buen dinero y sin poder echar una cerveza. estaba esperando la oscuridad. la oscuridad, no la muerte. quería salir. echar otro trago. reuní valor por fin. abrí un poco la puerta, sin soltar la cadena, y allí había uno, un macaquito filipino con un martillo. cuando abrí la puerta, alzó el martillo y sonrió. cuando la cerré sacó los clavos de la boca y fingió clavarlos en la alfombra de salida. no sé cuánto duró. siempre lo mismo. cada vez que yo abría la puerta él alzaba el martillo y sonreía. ¡macaquito de mierda! no se movía del primer escalón. empecé a ponerme loco. sudaba, apestaba; circulitos girando girando girando, luces laterales y relampagueos de luz por el cráneo. si no hacía algo las iba a pasar putas. volví y cogí la maleta. no pesaba nada. andrajos. luego cogí la máquina. una p
el reloj funcionaba, el viejo despertador, Dios le bendiga, cuántas veces lo había mirado en mañanas de resaca a las siete y media y había dicho ¿que se joda el trabajo? ¡que se joda el trabajo!