De vez en cuando, te cae uno de esos días en que todo es en vano... un mal viaje del principio al fin. Y si de veras sabes lo que te conviene, lo que tienes que hacer esos días es acurrucarte en un rincón seguro y observar. Quizá pensar un poco. Recostarte en una silla de madera barata, aislada del tráfico y arrancar hábilmente las tapas de cinco o seis Budweisers... fumarte un paquete de Marlboro, tomar un bocadillo de manteca de cacahuetes y, por último, hacia el atardecer, tomar una pastilla de mescalina... luego salir en el coche hasta la playa. Llegar hasta las olas, en la niebla, y chapotear por allí con los pies helados a unos diez metros de las olas... cruzándote con pequeñas aves estúpidas y cangrejos, y de vez en cuando un gran pervertido o un desecho lanudo que se aleja cojeando y que vagan solos detrás de las dunas y de la basura que deja el mar...

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