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Aquella noche después de cenar Joanna sacó algo de mescalina.

- ¿La has probado alguna vez?
- No.
- ¿Quieres probarla?
- Bueno.

Joanna había puesto algunas pinturas y pinceles junto a papel abundante sobre la mesa. Entonces me acordé de que era coleccionista de arte y que me había comprado un par de cuadros. Habíamos estado bebiendo Heinekens la mayor parte de la tarde, pero estábamos todavía sobrios.

- Esto es muy potente.
- ¿Qué te hace?
- Te da una extraña forma de subida. Puede que te pongas mal al principio. Cuando vomitas te sube más, pero yo prefiero no vomitar, así que le pongo un poco de levadura. Creo que la característica principal de la mescalina es que te hace sentir terror.
- Puedo sentirlo sin necesidad de tomar nada.

Empecé a pintar. Joanna puso el estéreo. Era una música muy extraña, pero me gustaba. Miré a mi alrededor y Joanna no estaba. No me importaba. Pinté a un hombre que acababa de suicidarse, se había colgado de las vigas con una cuerda. Utilicé muchos amarillos, el muerto estaba luminoso y precioso. Entonces algo dijo:

- Hank...

Fue justo detrás mío. Me levanté de un salto de la silla.

- ¡CRISTO Y LA VIRGEN! ¡CRISTO, LA MIERDA Y LA VIRGEN!

Pequeñas burbujitas heladas corrían desde mis muñecas a los hombros y bajaban por mi espalda. Me estremecí de escalofrío. Miré a mi alrededor. Joanna estaba allí de pie.

- Nunca me vuelvas a hacer esto -le dije-. ¡Nunca te escabullas de mí de esa manera o te mato!
- Hank, solamente he ido a por unos cigarrillos.
- Mira esta pintura.
- Oh, es magnifica -dijo-. ¡Me encanta!
- Es la mescalina, supongo.
- Sí, sí lo es.
- Bien, dame un cigarrillo, señora mía.

Joanna se rió y encendió dos.
Empecé a pintar de nuevo. Esta vez sí que lo conseguí: un enorme lobo verde jodiéndose a una pelirroja. Su roja cabellera desparramada hacia atrás mientras el lobo verde se la hincaba sin compasión a través de sus piernas separadas. Ella estaba indefensa y sumisa. El lobo la aserraba y sobre su cabeza la noche ardía, era exterior, y estrellas de largas puntas y la luna contemplaban. Era caliente, caliente y lleno de color.

- Hank...

Me levanté de un salto y me di la vuelta. Joanna estaba detrás mío. La cogí del cuello.

- ¡Te dije, maldita sea, que no te escabulleras...!

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