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Sí, me marché. Me marché cuando aún no había cumplido los veinte. La literatura tiró de mí. London, Dreiser, Sherwood Anderson, Thomas Wolfe, Hemingway, Fitzgerald, Silone, Hamsun, Steinbeck. Atrapado y atrincherado frente a la oscuridad y la soledad del valle, solía sentarme con libros de la biblioteca amontonados en la mesa de la cocina, desolado, escuchando la llamada de las voces de los libros, sediento de otros lugares.

Estaba harto de jugar al billar y al póquer y de decir sandeces delante de una cerveza, de irme por ahí, a la soledad de los huertos, con un grupo de tíos y tías, de dar zarpazos torpes a faldas y bragas, de dar zarpazos en vano. Las mujeres eran atractivas pero difíciles y a los diecinueve años se lesionan fácilmente los sentimientos; uno pensaba que las mujeres eran dulces y complacientes, pero ve que reaccionan como gatas rabiosas; se busca consuelo en las putas, que engañan menos, y con un poco de suerte, se aprende a leer.

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