bueno, la cosa es que no había nada que beber y yo estuve horas allí sentado, volviéndome loco. estaba muy nervioso, carcomido, hasta los huevos, sentado allí con cuatrocientos cincuenta dólares de buen dinero y sin poder echar una cerveza. estaba esperando la oscuridad. la oscuridad, no la muerte. quería salir. echar otro trago. reuní valor por fin. abrí un poco la puerta, sin soltar la cadena, y allí había uno, un macaquito filipino con un martillo. cuando abrí la puerta, alzó el martillo y sonrió. cuando la cerré sacó los clavos de la boca y fingió clavarlos en la alfombra de salida. no sé cuánto duró. siempre lo mismo. cada vez que yo abría la puerta él alzaba el martillo y sonreía. ¡macaquito de mierda! no se movía del primer escalón. empecé a ponerme loco. sudaba, apestaba; circulitos girando girando girando, luces laterales y relampagueos de luz por el cráneo. si no hacía algo las iba a pasar putas. volví y cogí la maleta. no pesaba nada. andrajos. luego cogí la máquina. una portátil de acero prestada, de la mujer de un antiguo amigo, nunca devuelta. daba una sensación agradable y sólida: gris, lisa, pesada, seria, intrascendente. cerré los ojos y solté la cadena en la puerta, y, maleta en una mano y máquina de escribir robada en la otra, me lancé al fuego de ametralladora, amanecer de mañana de duelo, crujidos de trigo partido, el final de todo.


¡EH! ¿ADONDE VAS?


y aquel monito empezó a alzar una rodilla, alzó el martillo, y me bastó con eso (el relampagueo de luz eléctrica sobre martillo) tenía la maleta en la mano izquierda, la máquina portátil de acero en la derecha, él estaba en posición perfecta, agachado junto a mis rodillas y la lancé con gran precisión y cierta cólera, le di con la parte dura, lisa y pesada, magníficamente, a un lado de la cabeza, el cráneo, la sien, su ser. 


hubo casi como un estruendo de luz como si llorase todo, luego silencio. me vi fuera, de pronto, en la acera, había bajado aquella escalera sin darme cuenta. y quiso la suerte que hubiese allí un taxi.


¡TAXI!
entré.
UNION STATION.
era agradable, el quedo rumor de los neumáticos al aire mañanero.
NO, ESPERE, dije. LLÉVEME A LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES.
¿QUÉ LE PASA, AMIGO? preguntó el taxista.
ACABO DE MATAR A MI PADRE.
¿MATÓ A SU PADRE?
NUNCA OYÓ HABLAR DE JESUCRISTO.
CLARO.
ENTONCES VENGA: ESTACIÓN DE AUTOBUSES. 

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