el reloj funcionaba, el viejo despertador, Dios le bendiga, cuántas veces lo había mirado en mañanas de resaca a las siete y media y había dicho ¿que se joda el trabajo? ¡que se joda el trabajo!
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Hay cosas, momentos, personas, olores, canciones... que no se olvidan nunca. Quizá permanezcan escondidos en algún bolsillo de un pantalón viejo que no usas desde hace ya una decena de años, pero luego ese recuerdo vuelve a ti y puedes sentirlo, lo sientes con más fuerza que nunca. Y parece que estás ahí, otra vez, viviéndolo. Es una sensación extraña, demasiado viva. Es un sentimiento que te hace estar menos muerta por unos instantes. No sé, no se puede explicar, ni definir. Es algo demasiado hermoso como para estropearlo con una frase o una larga explicación. A veces hay recuerdos que duelen, pero necesitas de ellos para seguir adelante, para no volver a cometer los mismos errores, y aprender. Joder, aprender ... qué difícil. Tropezar con la misma piedra parece que siempre ha sido mi filosofía de vida.
El vaso
El problema que tiene Begbie es... bueno, Begbie tiene muchos problemas. Una de las cosas que más me preocupaban era que uno no podía relajarse de verdad en su compañía, especialmente si iba mamao. Siempre me sentí como si una ligera alteración en la percepción que el cabrón tuviese de ti sería suficiente para transformar tu estatus de gran colega al de víctima perseguida. El truco consistía en soportar al desgraciao sin que te viese como un primo demasiado descaradamente rastrero. Aun así, cualquier irreverencia abierta tenía lugar dentro de límites estrictamente definidos. Estas fronteras eran invisibles para los extraños, pero uno acababa desarrollando un sentido intuitivo de dónde estaban. Incluso entonces, las reglas cambiaban constantemente con los estados de ánimo del cabrón. La amistad con Begbie era la preparación ideal para embarcarse en una relación con una mujer. Te enseñaba a ser sensible, a tener conciencia de las cambiantes necesidades de la otra persona. Cuando ...
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