Saltó de la cama luciendo su teddy de Janet Reger, con el aspecto de una prostituta y los pensamientos de un rufián. Se miró en el espejo y pensó que aquel frágil atuendo debía cargar por lo menos con las dos terceras partes de la culpa por la temprana muerte de Charles Anstey. Eran tan previsibles los hombres, pobres criaturas; a todos sin excepción les chiflaba una buena mamada, los tacones altos y los teddies negros de Janet Reger. Si alguna vez viajaba al Amazonas y encontraba una tribu absolutamente virgen de contactos con el hombre blanco y con la revista Playboy, estaba segura de que, en cuanto lo probaran, también ellos querrían mamadas, tacones altos y teddies de Janet Reger.

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